Y me sentí en aquella noche, enmedio de aquellas gotas que no dejaban de caer y que pintaron de melancolía la oscuridad, mezclándose con el eterno ir y venir de las olas del Pacífico. No pude contener las lágrimas, y lluvia y sal se combinaron, dejando un hilito que me ha tenido atado a esas calles empedradas y polvosas.
Y aquella noche regresó. Ya no había olas, ni lluvia, pero si unas desobedientes lágrimas, tercas, empeñadas en llegar hasta ti...
Y ni Aldebarán estuvo aqui para consolarme.
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