Nunca como hoy había sentido tan fuerte el deseo de apoderarme de un libro ajeno. Dicen que los libros tienen orgullo y no deben prestarse porque no regresan. Y me veo tentado a ayudarle a uno de tus libros a no regresar.
Me reprendo, durante semanas pensé que era el libro menos atractivo del paquete de cinco que me habías prestado. Y ya sabes la historia. Uno de ellos pasó sin recuerdo memorable. Los otros dos fueron un lamentable error que, sin embargo, decidí terminarlos de leer por ética. El cuarto en la lista fue un agradable descubrimiento, no había tenido la oportunidad de acercarme a las letras del señor Dehesa. O tal vez sí, pero lo había desdeñado.
Pero el quinto libro, ese al que menos le apostaba, se ha apoderado de mí. No lo suelto, y a donde vaya yo, me acompaña. Esto no tendría nada de raro, suelo hacer eso con mis lecturas, la diferencia es que este no lo quiero soltar ni cuando termine su lectura. Es uno de esos libro a los que se tiene que volver una y otra vez.
Pero no te preocupes. Lo más probable, lo casi seguro es que sí regrese a tus manos. (Hago énfasis en que no estoy convencido de hacerlo, que quede claro).
En tanto decido cómo lograré desprenderme de él, seguiré con su amorosa lectura. Pues sí.
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