Hoy... hace un mes - II -

23/NOV/2005

06:56.- Tengo frio. Sentado en el pasillo de la clínica, he divisado las primeras luces de la mañana. Al fin ha terminado esa larga noche. Pero aun no esta pesadilla. Esta locura que ya cumple sus primeras 24 horas de haber irrumpido en nuestras vidas.

Pasé la noche -dormir sería un término impreciso- en el suelo de una sala de espera. Sin embargo, no me siento cansado, hambriento ni nada parecido. Y pues, ahora, solo resta esperar a que mi padre sea revisado por el neurólogo para que, ojalá, pronto nos envíen de vuelta a Cd. Guzmán.

---Las notas terminan aquí. En adelante, todo se vuelve una narración más o menos coherente sobre lo ocurrido, desde mi perspectiva muy particular---

Llegamos a Cd. Guzmán cerca del mediodía. No en una ambulancia, sino que mi primo M.A. nos hizo el favor de trasladarnos. Esperar una ambulancia era un volado, un esperar tal vez horas algo sobre lo que no existía la seguridad de que fuera a ocurrir.
Mi padre se notaba confundido, desesperado. Era difícil mantenerlo calmado, y el tiempo se hizo largo, mientras mi madre llevaba a cabo los trámites de la hospitalización.

Ese miércoles 23, los médicos nos dijeron que estaría tres o cuatro días en observación, para luego darlo de alta e iniciar la rehabilitación. El tiempo me pareció eterno, y comenzé a ansiar la llegada del siguiente lunes, el día en que lo darían de alta.

Una vez que mi padre, por su propio pie llegó a la habitación del hospital -la 1202-, me fuí a mi casa. Bañar, y comer, además de descansar, eran acciones urgentes para mí. Y fue hasta la noche que volví al hospital. Art iba conmigo, y allí me encontré a mis compañeros más cercanos de la Universidad.

Esa noche aun estaba confundido, triste y con algo de miedo sobre lo que venía... Sin embargo, sabía tambien que las consecuencias del infarto cerebral serían recuperables. Eso, y la compañía de mis seres cercanos, me trajeron algo de calma.

Comentarios