Crónicas porcinas.

He discutido ya con tres amigos a causa de la influenza porcina. Ellos defendiendo su teoría de que todo es producto de una conspiración previa a las elecciones federales que en México tendrán lugar en Julio de este año. Que el virus por tanto no existe, y estamos viviendo en un circo creado para tener ocupada y temerosa a la población y así no nos demos cuenta de los truculentos planes que la clase política lleva a cabo a nuestras espaldas. Yo, argumentando que desde cuando los políticos necesitan distraernos, si normalmente al grueso de la población nunca le ha interesado lo que ellos hagan.

Dicen que es un plan urdido por enemigos de Obama para infectarlo cuando vino a México, pocos días antes de iniciar la crisis sanitaria. Pero otros afirman que fue el propio Obama quien la trajo para experimentar nuevas armas biológicas. O que es parte de un plan de control poblacional, como si el narcotráfico no la controlara más eficientemente. Otros, que es una conjura internacional avalada por todos los gobiernos y la ONU para, bueno, no saben para qué, pero la conjura existe.

Dicen que para creer en ella, necesitan ver miles de muertos, y conocer nombres y datos personales de las víctimas, se quejan de que los medios no entrevistan a los familiares, y se preguntan que cómo es posible que si la fiebre viene de un cerdo, el brote se haya dado en una ciudad; y que hasta no ver la sangre que exigen, no seguirán ninguna de las absurdas y distractoras medidas del gobierno. Me recuerdan los tiempos en que nadie creía en el VIH, con las consecuencias que todos conocemos.

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La ciudad se ha llenado de cubrebocas. Efectivos o no, los he visto azules, blancos y de colores pastel, de tela y papel, y hasta alguno que otro con algún pañuelo amarrado, ante el desabasto que ya se generó del singular implemento. Los expertos dicen que su función es más un placebo que una auténtica defensa del organismo ante la presencia del virus. Y peor, que se ha visto que no lo sabemos usar, ni lo acomodamos bien, ni lo cambiamos cada cierto tiempo, y hasta hay quienes lo reciclan, utilizándolos por varios días, siendo peor entonces el remedio que la solución. Mientras se ponen de acuerdo, y antes de que se terminen, yo sigo las indicaciones de mi empresa y, aunque incómodo, tengo puesto mi cubrebocas, blanco, como el de los días anteriores.

Por cierto, hoy vi a la primer persona con guantes de látex, ¿será la nueva moda?.

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El sábado sería noche de strippers. Mirtha, mi más cercana compañera de trabajo, al fin me había convencido de llevarla al evento que el sábado se presentaría en la ciudad, y ya hasta pensaba en qué decirle a su novio para impedir que la acompañara. Con el plan ya en las manos, tardó más en lograr convencerme que en llegarnos la noticia de que el lugar del evento, al igual que todos los bares y cantinas del estado, estarían clausurados hasta el 6 de mayo. La porcina le mató el deseo.

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Según reportan los medios, en Puerto Vallarta podrán andar con poca ropa, pero no sin el cubrebocas; en las grabaciones de las telenovelas se evitarán escenas de besos para proteger a los actores, y en YouTube el predecible vídeo de la cumbia de la influenza registra miles de visitas.

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